Había noches en las que el mundo les dolía y los amores se aparecían con un dejo de nostalgia.
Había días en que los relojes de la sociedad parecían pesar, aturdiendo con su tic-tac.
La rutina acomodándose en la piel, ese ir y venir entre esconderse entre las sabanas por no tropezar con los zapatos.Esa puja diaria entre el autoboicot y el dejarse andar, porque no sé como , habían aprendido que creérsela estaba mal.
Y otros días y noches en los que nada parecía doler, los años sin sueños habían quedado atrás.
Cualquiera fuera el motivo, el refugio los encontraba,amortiguandolos de los sin sabores de la vida, acomodándolos en la disfuncionalidad de la casa, encendiendoles los faroles de madrugada.
Había elementos de los que el refugio no podía prescindir,viejos tesoros que descifran el lenguaje del alma.
No había días, horarios, ni avisos. Podían pasar meses sin frecuentarlo, aun así, tenían la certeza que el refugio les pertenecía, los había vuelto cómplices por años, de viajes que solo los dos compartían.
Sería su punto de convergencia, mas allá de los caminos y del tiempo.
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